lunes, 14 de septiembre de 2015

El espejo de la abuela Inés

    Estaba entrando en un lugar prohibido. Mi abuela me había dicho que cosas extrañas habían sucedido en ese ático. En ese momento descubrí  él porque nunca había podido entrar ahí. Sentí escalofríos.
Esa tarde estaba de camino a la casa de mi abuela Inés. Había organizado con ella para quedarme a dormir, ya que mi vida era demasiado aburrida, como para tener planes.
-¡Buenas tardes Rebeca! ¿Cómo te fue?- dijo la abuela Inés
-Mal como siempre- dije
-¿Querés algo para comer? – preguntó
-No, solo quiero ir a descansar.
     Subí a la habitación de huéspedes. Dormí un largo rato, me desperté y me di cuenta de que era de noche. Me levante para ir al baño y en la  penumbra me equivoqué de puerta.
    De repente, me di cuenta de que había entrado al ático. Me di vuelta y la puerta se cerró. Grite como nunca lo había hecho. Miré alrededor, me encontré con un resplandor celeste debajo de un manto. Lo quité y descubrí  un espejo. El espejo brillaba, lo toqué con un dedo y parecía una superficie de agua. Sentí algo dentro que hizo que el susto se valla.
    Me metí dentro, y me encontré con un mundo paralelo. Descubrí que ese lugar ya lo conocía, era el ático de mi abuela. Era un lugar mucho más luminoso y arreglado. Salí de esa habitación y sentí un rico olor. Bajé las escalera y me di dirigí hacia la cocina donde mi abuela me había cocinado una rica comida. La miré lentamente, la abrasé y me di cuenta de que era de tela. Era como una especie de muñeca enorme. En ese lugar me sentía feliz y diferente. Disfruté mucho de esa cena con mi abuela.
    Desde ese momento regresaba todas las noches, hasta que un día me di cuenta de que algo extraño  ocurría. Me sentía un poco más insegura que antes. Cada noche, cuando me iba a dormir, oía ruidos que provenían de una caja ubicada del lado derecho de mi cama.
    Cada día que iba, mi abuela estaba más deteriorada. Cada vez que le preguntaba qué le sucedía me decía que no pasaba nada.
    Una noche, ya cansada y exhausta de oír ruidos, decidí abrir la caja. Dentro había una luz cegadora. Luego, la luz fue dividiéndose en tres. Las luces se convirtieron en tres chicos de mi misma edad. Eran fantasmas. Estaba atemorizada. Me preguntaron mi nombre.
-Rebeca- contesté
-Rebeca- repitió uno de ellos- tienes que huir ya mismo de aquí
-¿Por qué?- pregunté-estoy más que bien aquí
-¿Has notado que tu “abuela”  está debilitándose?  Bueno, es porque se alimenta de niños. Nosotros somos unos de los que ellas de alimento. Y luego seguirás tú si no te vas.
No podía procesar lo que me decían. Necesitaba marcharme, estaba muy asustada. En ese mismo momento, cuando estaba por traspasar el espejo, apareció mi falsa abuela. Estaba diferente, mucho más desecha.
 -¿A dónde vas, mi niña?- preguntó con voz cruel.
 - A donde tú nunca puedas encontrarme.
    Cuando estaba por irme, me sujetó de la mano. Luché con todas mis fuerzas hasta que pude liberarme.
    Aparecí nuevamente en mi cama. Estaba en la habitación de huéspedes. Era como si nada hubiera sucedido…